viernes, 27 de julio de 2012

el 11vo Mandamiento: Nunca viajarás sólo en el auto

¿Se ha fijado que siempre el crecimiento económico se relaciona con el crecimiento en ventas del sector automotriz?. En la década de los 80´s tener un auto era un lujo y la ostentación, en un país caricaturizado como jaguar de Latino América, era ampliamente mal vista, sumado a ello que el estado de los caminos los accesos al sistema público no eran lo que actualmente son, entonces era común ver a la mamá del barrio, aquella que tenía un marido que le pudo comprar auto, pasar a buscar a otros niños y llevarlos al colegio, por que seamos honestos, en esa época, los carros de 4 ruedas eran un asunto masculino..
El desarrollo, el crecimiento económico nos ha ido lentamente convenciendo de que tener un auto no es un lujo, es una necesidad y como tal es individual, es la única manera de que el consumo aumente en los sectores acomodados hasta tener en promedio al menos un auto por familia, si es más, estadísticas de lujo!
El tema es que además haber resuelto una necesidad, también hemos ido abandonando ciertas prácticas, con justificaciones antojadizas de tipo: "me da lata compartir el auto". En la trinchera de enfrente también está el ciudadano que gasta el borde externo del zapato andando a pata y que en su siquis tiene un slogan que dice: "me da lata molestar"...esa, señores es la relación causal perfecta para el crecimiento de la economía, para la perpetuación de un sistema de mercado en el cual se nos enseña desde niños que cada uno tiene que matar su piojo, aún cuando después no sepas qué hacer con el shampoo para la pediculosis que sobra y que permitiría matar los piojos de todo el colegio...
Así como el auto es el símbolo del individualismo, la no aceptación de ayuda es el símbolo de una sociedad enferma.
Tan condenable es que cada mañana una persona viaje sola casi 20 kilómetros, sabiendo que su vecino va más o menos a la misma parte, como detenerse en un paradero a ofrecer ayuda y que te queden mirando como si fueras un insecto. Hay que sancionar moralmente el individualismo, pero también a la poca capacidad que nos va quedando de aceptar ayuda del otro gustoso, nótese, gustoso.
El hecho frío es que en los paraderos la gente se agolpa cada mañana esperando micros con horarios antojadizos, con niños en brazos y convencidos de que así no más es la cosa. Usted los ve diariamente y le importa un bledo. Más que eso, usted los ignora, por que lo que ocurre al otro lado del parabrisas para nosotros es un hecho consumado, en el cual no tenemos injerencia.
Detenerse es un riesgo, nos dicen, ¿y si se sube un delincuente?, esa conversación interior, se ve reforzada diariamente en las noticias, donde un hombre salva de morir gracias al celular que llevaba en el bolsillo, una probabilidad en un millón de que ocurra, pero tan infinitamente potente que finalmente dentro de la suma de las proporciones, inclina la balanza hacia el cómodo acto de pasar a cuarta.
Sienta vergüenza cuando se vea solo frente al volante, cuando vea los paraderos llenos, cuando vea a su vecino salir del condominio y usted no sea capaz siquiera de preguntarle si lo puede acercar a alguna parte, sienta que su vergüenza aumenta con cada kilómetro y con cada kilo de contaminación percápita emitido a la atmósfera, sienta vergüenza de no dividirlo en 5, para cagar un poquito menos el aire de la capital.
Sienta vergüenza de su cara de rechazo si alguien le ofrece ayuda, aprenda a aceptar, a disfrutar nuevamente del acto de compartir, por que eso es de buena costumbre, no lo otro, lo otro es una imposición  del mercado para que sigamos comprando autos de motores potentísimos para llegar a la oficina y compartir a penas un día a la semana un viaje en familia a la casa de algún amigo.
Hay que empezar a cambiar la cultura, pasar del individualismo a la cultura colaborativa, esa donde no salimos a robar cuando hay terremoto, esa que calmadamente recoge los escombros del vecino primero, hasta que todos juntos recogen la suya, esa que forma comunidad ¿oyo?, ¡qué le dé vergüenza mañana y todos los días de la semana!

viernes, 13 de julio de 2012

Ser Cuico y los pecados de mi generación

Como he mencionado anteriomente, yo crecí en un pueblo que es como el bosom de higgs del país, donde hoy se libran esperanzadoras batallas por el descubrimiento, el re-conocimiento y dignificación de su población. Este es y siempre ha sido un pueblo  con una idiosincracia (que buena palabra esa ¿ah?) que podríamos definir como atípica. 

Puerto Aysén es una ciudad que pasó inadvertida por más de 50 años, incluso por la transculturalidad propia de un país con forma de faja. Conformada por un grueso porcentaje de población "nacida y criada ahí mismo", que con el devenir de los años configuró una identidad de alta densidad, pese a su baja densidad poblacional. Sus rasgos comunes son los que ahora se repelen rotundamente con la columna vertebral del sistema gubernamental, precisamente por que ningún miembro de dicha osamenta se ha preocupado seriamente de comprender sus aspectos socioculturales, pero en fin, yo voy a otro tema.

Cuando era pequeña, el ABC1 del pueblo estaba compuesto por lo que ahora no es más que el C2 ó C3: carabineros, fuerzas armadas, profesores, dueños de pequeñas tiendas comerciales, incluso funcionarios públicos. Yo en cambio era una D, o una E, estrato que por alguna razón casuística es invariable a lo largo de todo el país y en todas las decadas...

En esa época la cosmovisión respecto a los estratos sociales estaba dividida en dos: los cuicos y el resto. El pecado de mi generación no era el bullying, la discriminación racial o sexual, sino que la manera de agruparse entre castas, reflejo de una generación donde el país estaba dividido en las mismas proporciones y que a la la luz de la actualidad resulta tanto o más vergonzoso que haber votado por el Sí.

Obviamente la casta favorecida sabía defender su posición a punta de zapatillas Last Gear, parkas Head y el último grito de la moda sureña de mediados y fines de los 80´s. Los demás como no podíamos pagar esos lujos, estábamos condenados a las miradas en menos. Este hecho a mi  me provocó resentimiento social, así de simple, resentimiento de no poder acercar posiciones, sabiendo de la vulnerabilidad de la materia. Lo más vergonzoso de aquella generación, es que el preciado regalo estaba en manos de primogénitos y herederos despilfarradores, salvo honrosas excepciones, que sí supieron aprovechar sus ventajas.

Este hecho a mi dejó huellas, como por ejemplo, me cuesta mucho entablar una relación con personas realmente del ABC1, por que nunca dejo de sentir esta cosa de la no pertenencia, obviamente eso es problema mío y no de las castas de mi época, pero como esta es mi columna, sospecho que algo tienen que ver, considerando que fui duramente discriminada por mis zapatillas rotas y mi ropa de segunda.

Ahora bien, la ventaja de no haber pertenecido, es nunca pertenecer y poder disfrutar de una buena conversación inmaterial con los C1, C2, C3, D y Es. Lo que me dejó este ABC1 imperfecto de mi época es rechazo a una forma de pensar basada en el consumo y la superioridad material, lo cual se agradece.
El pecado de mi generación en todo caso no es tan diferente a los pecados de esta generación, donde veo a padres agrupar a sus hijos en colegios que valen de 10 a 20 y no de 5 a 10, por el ambiente económico en el que se desenvolverán. Es curioso que a pesar de los años la gente siga creyendo que la situación económica familiar es imperecedera. Conozco muy poca gente que basa su cultura familiar en el desarrollo de capacidades en sus hijos, ya sean deportivas, musicales o intelectuales, todo casi siempre es ostentar o usufructuar del presente.

A mi no me importa reconocer que tengo un trauma al respecto, que no sabría como conversar con aquellas personas que alguna vez se burlaron de mi pobreza, confieso que discrimino a los discriminadores y que me descompone la gente clasista. 

Confieso también que escribí esta columna por que he sido invadida de mensajes en facebook de personas de las que guardo malos recuerdos, que con crueldad hicieron públicas diferencias, trato de pensar en la edad y esos detalles heredados del coaching, pero la verdad es que no puedo, derechamente no me interesa de ninguna manera hacer contacto y punto, ¿seré yo señor?....


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