martes, 5 de mayo de 2015

¿Cómo lo estamos haciendo con el Arte de Hablar?

Hace unos días leí esta frase: "Pasamos el primer año de la vida de un niño enseñándole a andar y a hablar, y el resto de la vida a guardar silencio y sentarse. Algo no funciona bien". Esta reflexión es del astrofísico, escritor y comunicador científico Neil Degrasse Tyson (el conductor del programa Cosmos: a Space-Time Odyssey).


El martes pasado fui a un evento tecnológico estilo gringo, donde los oradores principales eran argentinos, venezolanos, mexicanos, colombianos y también hubo una chilena. Debo decir que los extranjeros eran desenfadados en la oratoria. Crearon un concepto y montaron un espectáculo lúdico, natural y cercano. Muy entretenido, salvo mi compatriota que tuvo ese típico comportamiento del niño chileno descubierto conversando en plena clase, el niño atemorizado, avergonzado y que nervioso no hilvana bien las ideas. Ella, una mujer bastante locuaz en lo personal, se subió con el estigma del niño que habla mucho y lo anotan en el libro a cada rato, con la marca de aquel al que siempre le han pedido que se calle. Su presentación no fue más que el resultado de años de opresión y negación del uno mismo. Yo la vi como a una niña tratando de no ser apuntada con el dedo por los compañeros de 1° básico. 

Partamos por el sistema educativo que ve de forma negativa y sanciona constantemente el hablar, sobre todo en lugares con salas de 45 niños a cargo de un sólo profesor. Hablar en sí es mal visto, hablar bien da lo mismo, no se premia, no se estimula y no evoluciona. 

¿Y qué pasa en casa?. Cuántas veces he escuchado a mis amigos decir que sus hijos hablan demasiado o sancionarlos (y me incluyo), en complicidad con el profesor que escribe en la libreta "su hijo es demasiado conversador". Nosotros como padres no estamos siendo precisamente un pilar del proceso de aprender a dialogar. ¿Qué estamos haciendo para encausar la loca verborrea infantil?. Cómo fomentamos la conversación?, yo la verdad es que veo que sólo la censuramos.

Hay que ser demasiado resiliente para que, aún teniendo a todas las instituciones en contra, nuestros hijos sean capaces algún día de subir al escenario y dar un buen discurso. ¿Tenemos que hacer que pasen por eso?...

Es tiempo de replantearnos el tema y poner foco en el futuro buen anfitrión, en el orador confiado en sí mismo, en el chico discursivo pecho al viento. Cómo cualquier arte éste se inculca, se cultiva, se practica y se perfecciona.

Por alguna razón nuestra sociedad es campeona del Whattsapp y mala para hacer visitas y llamar por teléfono. Nos cuesta hablar, le tenemos miedo a dirigir la palabra al público, a alzar la voz y los que tienen un poco más de personalidad tampoco son inherentemente brillantes en oratoria, como cualquier arte, hay gente que tiene más talento que otra, pero me parece que hablar en público es una cosa básica. ¿O no?. 

Como base debemos potenciar en los niños un conjunto de elementos para ser un buen orador:  la capacidad de entender, tener un punto de vista, crear un concepto discursivo, confianza en sí mismo, desenfado, empatía, volumen, postura corporal, gracia y simpatía, pero sobre todo darles espacio para adquirir EXPERIENCIA DISCURSIVA. Díganme ustedes ¿dónde se aprende eso, si no es en la casa y el la escuela?. 

Ahora si usted quiere transformar a su hijo en un keynote speaker, puede sumar otros elementos de apoyo, como participar y potenciar su conocimiento específico en temas tan importantes para ellos como el minecraft y los dinosaurios de la época del cretáceo; colaborar con el ritmo, es decir que sepa moverse sobre el escenario con gracia y en sintonía con el espacio; potenciar sus habilidades complementarias, como por ejemplo ejercicios de puntería, magia, pasos de baile o tocar algún instrumento, de manera de que esos conocimientos aporten al discurso o configuren el discurso en sí. 

Me parece que pasar por alto el arte de hablar es también fomentar la ignorancia, ¿qué es el conocimiento sino una necesidad natural de explorar y comunicar?. Finalmente los dejo con esta última reflexión (también de Degrasse): "No hay ninguna vergüenza en no saber, el problema surge cuando el pensamiento irracional y el comportamiento subsiguiente llenan el vacío dejado por la ignorancia". Un abrazo.


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